miércoles, enero 11, 2006

Ah, París, París!

El palacio Biron

La primera semana de diciembre la pasé en París. Hice centenares de fotos y descubrí cosas muy interesantes. Lo que me ha movido a abrir este nuevo blog dedicado sobre todo a la fotografía.
Así que en él las entradas estarán relacionadas con ella, aunque irán acompañadas de textos más o menos largos y más o menos explicativos. Aunque no fue lo primero que visité, el museo Rodin fue lo que más me impresionó, así que esta primera entrada hablará del escultor.
Aunque conocía algunas obras de Rodin, Los burgueses de Calais, El Beso, El Pensador... no sabía que su producción era tan amplia y diversa y, sobre todo, no esperaba encontrar la mayor parte de sus obras reunidas en un mismo edificio, que es además un hermoso palacio rodeado de jardines. Así que vamos a empezar con la singular historia del palacio, antes de hablar de su contenido.

Aspecto del palacio en la actualidad
(visto desde los jardines, en la parte de atrás).


El palacio, que incluye 3 hectáreas de parques y jardines, fue construido entre 1728 y 1730 por el arquitecto Jean Aubert, según el encargo de Abraham Peyrenc, un nuevo rico, antiguo peluquero de provincias que había labrado su fortuna en París hasta alcanzar el puesto de director de la Compañía de Indias y obtener el nombramiento de marqués de Moras. Poco disfrutó de su propiedad el marqués, pues murió dos años después de instalarse en su flamante residencia.


Abraham Peyrenc (1686-1732), marqués de Moras.
Retrato de autor desconocido.

Su viuda, la marquesa de Moras (quizá falta de dinero o deseosa de conjurar recuerdos dolorosos), abandonó la residencia y se la alquiló a la duquesa de Maine, nuera de Luis XIV por su matrimonio con uno de sus hijos ilegítimos, quien lo habitó hasta su muerte en 1753.



Anne-Louise Bénédicte (muerta en 1753),
mademosille de Charolain y duquesa de Maine.

Después la residencia pasó a manos del Mariscal Biron, héroe de la batalla de Fontenoy y es por ello que desde entonces lleva su nombre. Fontenoy respetó el edifico original pero remodeló por completo el parque y lo convirtió en uno de lo más hermosos de París. En 1782 el palacio tuvo como ilustres invitados a los condes del Norte (en realidad el futuro Zar Pablo I y su esposa, que viajaban de incógnito).

Alzado de la fachada del palacio de la marquesa de Moras,
visto desde el jardín. Grabado de L’Architecture française,
de Jean-François Blondel (1683-1756), publicado en 1752.

A la muerte del mariscal, en 1788, la propiedad pasó a su sobrino el duque de Lauzun, héroe de la Independencia Americana y comandante de los héroes revolucionarios del Rin, hazañas que no fueron suficientes para evitar que el duque rindiera su cabeza a madame la Guillotine en 1793.
El malogrado duque de Lauzun
Confiscada por la República, la propiedad pasó por manos diversas y sufrió cierto deterioro (fue utilizada para organizar bailes populares primero y después como sede de la legación pontificia y de la embajada de Rusia). Adquirida finalmente por la piadosa duquesa de Béthune-Charost, en 1820 ésta la cedió a la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús, orden fundada en 1804 por Sophie Barat, para ser utilizada como colegio de señoritas de alcurnia. Según el relato de Marie d’Agoult –consejera de Franz Liszt y ex alumna del centro–, la vida allí era muy austera. Madame Barat, contraria al lujo y a la ostentación (Las internas se levantaban a las 6 de la mañana y se lavaban con agua fría), hizo retirar las decoraciones superfluas (frisos de madera, espejos, forjados y pinturas). En 1876 la orden hizo construir un edificio en el lateral delantero (hoy sede de las exposiciones temporales), destinado a albergar los oficios religiosos.

Marie d’Agoult, retrato de Henri Lehman.

En 1905 el palacete fue expropiado en aplicación de las leyes de separación entre Iglesia y Estado y se sumió en el más completo abandono, a la espera de ser demolido.
Mientras la piqueta llegaba o no llegaba, sus estancias fueron ocupadas por artistas diversos, como Jean Cocteau y Henri Matisse. Incluso Isadora Duncan instaló su academia de baile en un edificio situado en el patio de honor y desaparecido en la actualidad. Rodin se instalo en él en 1908, seducido por el encanto salvaje del jardín. Sus grandes habitaciones le permitían acumular en ellas las muchas obras que realizaba y coleccionaba.

En 1911 fue adquirido por el Estado francés y en una de sus alas se instaló un instituto de bachillerato. Por entonces, Rodin empezó a acariciar la idea de ceder todas sus colecciones al Estado, a cambio de que se rehabilitara el palacio para convertirlo en un museo que las albergara. En 1916, la cesión de sus colecciones fue ratificada por el Parlamento francés. Su muerte, en 1917, le impidió ver cumplidos sus deseos, pues el museo no se inauguró hasta 1919.

Antes de llegar a Rodin...

Primero una pequeña introducción. A Antinea, mi tía, que vive cerca de París y me acompañaba, le encanta Rodin, así que fue ella la que me propuso visitar el museo. Yo había llegado el día anterior, domingo, y el lunes nos fuimos a París... donde descubrimos que, igual que ocurre en España, ¡la mayor parte de los museos cierra los lunes!
Así que, como era un poco tarde, sobre todo para los franceses, decidimos comer antes de callejear. Entramos en una brasserie próxima al museo, donde comimos un excelente menú, por un precio razonable. Pero lo más interesante del lugar era uno de los camareros que lo atendía. Yo pensaba que era sólo un icono cinematográfico de las películas en blanco y negro (francesas o no), pero aquel señor lucía un extraordinario bigote: finito y curvado en un caracolillo en cada uno de los extremos. Ya sabéis, el típico bigote con el que se representa al típico francés. Por desgracia no tengo una foto. Lo pensé, pero no me atreví a pedirle que se dejara fotografiar, a pesar de que comimos en el mismo sitio al día siguiente (esta vez sí, después de visitar el museo). Me lo imaginaba acicalándose el bigote cada mañana ante el espejo... el tipo tenía cierta apostura y sobre todo mucha confianza en sí mismo (o una mujer a la que se bigote le gustaba), porque para llevar un bigote así con galanura hay que estar muy convencido...


Otra de las cosas que me llamaron la atención fue que toda la zona de los museos y los grandes edificios públicos estaba tomada por la policía (no policías corrientes, sino especiales y armados con metralletas, el equivalente de los Geos españoles, que no sé como se llaman en Francia). Cuando le pregunté a Antinea si eso era normal, no supo que decir, y entre las dos decidimos que quizá formaba parte de los planes de protección antiterrorista; vigilar los lugares más concurridos y visitados por si se producía algún tipo de incidente parecido a los atentados de Madrid o Londres...
La explicación de tal despliegue llegó después: cuando salíamos de los Inválidos nos encontramos con una insólita caravana de coches de policía, tipo jeep y con las ventanas enrejadas, a los cuales se asomaban policías con las metralletas en alto, apuntado hacia el exterior! Bastante intimidante, la verdad. Mientras contemplábamos atónitas el desfile, llegamos a la conclusión de que quizá estaban trasladando al integrista musulmán expulsado por los británicos, y cuyo nombre no recuerdo ahora, y que los franceses habían detenido nada más pisar territorio francés, uno o dos días antes. Al primer cortejo le siguió otro formado por al menos una docena de furgonetas blancas (como las «lecheras» españolas), en las que dedujimos que viajaban los policías desplegados para proteger el trayecto, de vuelta a su cuarteles, pues habían desaparecido de los alrededores.


Otra cosa curiosa que me pasó, al día siguiente, al salir de esa misma brasserie (y de la que, por desgracia tampoco tengo foto), fue que nos cruzamos en plena calle con Villepin. Caminaba con paso rápido y hablando por el móvil, seguido por un hombre que debía ser su secretario, pues era demasiado «canijo» para ser un guardaespaldas. Estábamos cerca del Palacio de gobierno (debía salir de trabajar) y a poca distancia lo seguían el chófer con el coche oficial, un par de coches en los que debían viajar los guardaespaldas, y cuatro policías motorizados... Visto al natural es muy apuesto (aunque tiene un tipo de belleza un poco relamida que a mí no me convence) y sobre todo muy alto...


... y por fin llegamos a Rodin


Pasamos toda la mañana del martes 7 en el museo Rodin. Estaba tan impresionada que hice unas 300 fotos, fotografié casi todas las esculturas una a una, y algunas varias veces (desde distintos ángulos y sin flash). Las fotos que encontraréis más adelante, son casi todas mías aunque se han «colado» algunas que he sacado de una monografía que compré en el propio museo (algunas de las que hice salieron mal por problemas de iluminación o por falta de ángulo para poder hacer la foto). Aunque todas son fantásticas, voy a hablar de dos aspectos (que a la vez se pueden considerar representados por dos grandes grupos de esculturas, aunque en el museo no aparecen agrupadas) que me impresionaron sobremanera.

Las manos de Rodin


«Manos pequeñas e independientes que, sin pertenecer a ningún cuerpo, están vivas. Manos que se alzan, exasperadas y malignas, manos que ladran con los cinco dedos erizados como si fueran las cinco gargantas del perro del infierno. Manos que caminan, duermen, y manos que se despiertan...»
(Rilke, 1903)

Rodin sentía fascinación por las manos, y guardaba centenares de ellas en sus cajones; manos sueltas modeladas por él mismo en las más diversas actitudes, y manos ajenas, fragmentos de antiguas estatuas (pues además de escultor, era un apasionado coleccionista de antigüedades).
Un amigo, Sir Gerald Kelly, habla de ello: «no tiraba ni una sola... las guardaba en cajones muy planos ... que había que abrir con mucho cuidado para que no se quedaran pilladas. En los cajones estaban esas pequeñas manos que tanto me gustaba mirar. Rodin me las enseñaba y escogíamos una o dos entre las mejores. Recuerdo como, con las manitas en sus manos, me decía sonriendo: "¡qué bonitas son!"».
Algunas veces las copiaba para sus esculturas, otras se las daba a alguno de sus ayudantes para que sirvieran de modelo para alguna de las obras en la que estaba trabajando, y no le preocupaba lo más mínimo repetir una mano para completar alguna de sus esculturas. Incluso en el museo hay algunas piezas curiosas como manos pegadas entre sí por las muñecas o naciendo de un pie... (de esas no hay fotos porque estaban en unas vitrinas mal iluminadas y llenas de reflejos).

La Catedral (1908)

Esta es una de las esculturas más conocidas de Rodin. Unas delicadas y estilizadas manos, esculpidas en piedra, que se abrazan suavemente y cuyos dedos apuntan hacia el cielo (quizá de ahí deriva su nombre). Algunos hablan de manos en actitud de oración (a mí no me lo parece) y de la fascinación que Rodin sentía por las catedrales francesas.
Aunque este es el punto de vista que muestran la mayoría de las fotos, lo interesante es girar alrededor y verlas desde todos lo ángulos, lo que permite descubrir que son dos manos derechas idénticas, en realidad la misma en simetría especular, que inician el gesto de enlazarse.

El adiós (1892)

Esta es la pieza más antigua de la serie, de ella existen varias versiones, la primera es la de escayola y en ella se ven dos manos que rozan la parte inferior del rostro de un adolescente. El nombre quizá se refiere a que el gesto puede interpretarse como el de alguien que se lleva las manos a la boca acusando la conmoción que le produce una despedida...

El adiós (1906)

La versión de mármol es posterior y pertenecía desde 1913 al Chrysler Museum of Art de Norfolk, que la donó al Rodin en 1960. El gesto y el adolescente son los mismos, pero las manos están menos definidas (con los dedos apenas esbozados), que en la anterior. Quizá porque es de mármol, una piedra dura más difícil de trabajar que el yeso o la escayola, y que resultaría demasiado frágil si se respetara el detalle de la primera.


Esta otra escultura, realizada hacia 1910, se llama La convaleciente. El concepto es parecido: un rostro con la parte inferior cubierta por unas manos, pero en este caso el rostro es femenino, los dedos están flexionados, como encogidos, y la factura es bastante diferente, como si el rostro y las manos nacieran del bloque de piedra, que está casi sin desbastar (de la predilección de Rodin por crear imágenes que parecen incompletas, como si estuvieran emergiendo del bloque de piedra, se habla más adelante).


Manos de amantes (1903 y 1904)

Existen dos versiones, la primera es de escayola sobre ladrillo y es la maqueta de la definitiva, pues son casi idénticas. La de escayola está muy estropeada y tiene los dedos rotos, quizá porque era solo el boceto y quedó abandonada en algún rincón del taller. Son de nuevo dos manos derechas, la mayor (probablemente de hombre) abraza con delicadeza la muñeca de la otra, mucho más pequeña y quizá de mujer...

Máscara de Camille Claudel y mano izquierda
de Pierre de Wissant
((hacia 1895)

¡Por fin una mano izquierda! Aunque esta es una pieza de escayola de la que no existe versión posterior en piedra. Si se compara con El adiós, el rostro se parece bastante, así que a lo mejor resulta que el adolescente es en realidad Camille Claudel. La pieza parece un experimento o un divertimento que no llegó a ser esculpido (Wissant era un amigo de la pareja). Pero resulta inquietante el desmesurado tamaño de la mano ¿quizá Camille era una mujer muy, muy menuda?


El secreto (1909)

De nuevo un par de manos, ahora de mármol, en una composición que recuerda bastante a La Catedral, y de nuevo dos manos derechas que se unen, en este caso para esconder algo entre ellas o intercambiarse un objeto... aquí lo más extraño es que el índice de una y el corazón de la otra se alzan hacia arriba en vez de «cerrarse» sobre «el secreto»...

La mano del diablo

Esta escultura con un grupo confuso que emerge de la piedra es difícil tanto de entender como de interpretar. Parecen dos o tres torsos cortosionados que emergen de la piedra entrelazados o peleando entre sí... ¿qué opináis?

Mano saliendo de la tumba (1914)

Esta es una escultura realizada casi al final de su vida y también muy enigmática. Sobre un catafalco de piedra yace lo que parece ser un cadáver envuelto en un sudario. Y del centro mismo surge una mano extendida. Las piezas que hay entre algunos de los dedos parecen simples añadidos para contrarrestar la fragilidad de los dedos de mármol.

Hay también una mano de Rodin extrañamente retorcida, en una pose que parece de bailarina, pero que resulta inquietante... y otra que sostiene un cuerpo femenino sin cabeza, que no hizo Rodin sino un discípulo juntando dos piezas del maestro (su propia mano y una figura femenina incompleta concebida originalmente para La puerta del infierno).


También hay otras dos piezas muy parecidas entre sí, y realizadas en bronce, en las que aparece una mano contraída, como dominada por la artritis. Apenas se diferencian entre sí aunque una es izquierda y otra derecha, y a una de ellas Rodin le añadió una figura femenina de simbolismo incierto, ¿liberación de la opresión, u ominoso dominio?



Estas seis últimas no están en el museo Rodin, sino que pertenecen a una colección privada norteamericana de reproducciones que fueron encargadas a mediados del siglo pasado. Se conoce como la Colección Cantor por el nombre de sus propietarios. Son bronces de menor tamaño que los originales que reproducen. Los que aparecen bajo estas líneas son también dos bronces de la Colección Cantor que copian La Catedral y una última y significativa mano, La mano de dios cuyo original en piedra abrirá la siguiente entrada, porque ilustra la intersección entre los dos temas...